domingo, 23 de octubre de 2016

La emoción y la furia: Bitácora del último de los veleros

De los narradores peruanos aparecidos en el presente siglo, bien podemos decir que tenemos para todos los gustos y colores. A la fecha tenemos nombres y títulos que a fuerza de propuestas, y como también al galope de campañas “autobombísticas”, nos permiten tener una idea hacia dónde va la narrativa peruana última, de la que se ha venido escribiendo con cierta regularidad. Sin embargo, en lo que se ha escrito de ella es posible detectar una mirada sesgada, porque la mayoría de las veces que nos referimos a la narrativa peruana última, nos abocamos a los narradores limeños.
Por otra parte, sobre la falta de atención hacia la narrativa de provincia, se viene construyendo un discurso por demás hipócrita y demagógico, discurso que nos señala a sus protagonistas como si fueran la reserva moral literaria contra un circuito literario feliz en su involuntaria ley centralista. Lo cierto es que muy buenos, buenos, regulares, malos y mediocres narradores los hay tanto en Lima como en provincias y es tarea de quienes cartografían este espectro narrativo estar atentos a la sensibilidad creativa que se viene gestando, sin importar de dónde provengan sus autores.
De los pocos narradores de provincia que han ido construyendo una obra, en silencio y sin prácticas lustrabotistas, pienso en Luis Fernando Cueto y Orlando Mazeyra. Nos ceñimos a la construcción de una legitimidad que ha partido de sus circuitos de origen, en los que resulta muy difícil sacar adelante una obra que se manifieste en una lectoría signada por la fidelidad, o llámale admiración/reconocimiento.
El libro que nos convoca en esta ocasión pertenece al arequipeño Orlando Mazeyra, quien con Bitácora del último de los veleros (Aletheya, 2016) debe ser ya considerado como una de las voces con mayor proyección de la narrativa peruana actual. Y digámoslo de una vez: el tránsito de Mazeyra a esta realidad no ha sido nada fácil, hasta podemos asegurar que ha conseguido su valía literaria sin deberle nada a nadie. Pues bien, si alguna deuda tuvo, esta fue consigo mismo, porque supo salir airoso de la prueba que le significó su poco logrado primer título, el cuentario Urgente: necesito un retazo de felicidad (2007). Pero Mazeyra aprovechó lo que debía aprovechar de aquel y desterró para siempre lo que era evidente desechar. Dentro de las falencias de esa primera entrega, era posible detectar un nervio narrativo cargado de furia, furia que supo elevar en sus también cuentarios La prosperidad reclusa (2009) y Mi familia y otras miserias (2013), que recibieron justos saludos de la crítica.
Ahora Mazeyra irrumpe con un libro que puede ser leído como un cuentario o una novela episódica. En lo personal, prefiero leer BUV en su segunda vía de lectura. Mazeyra no se guarda nada, estamos ante un narrador que funde en estas páginas los tópicos y las obsesiones que recorrió en sus entregas precedentes, pero ahora llevados al límite, en un coqueteo cuasi salvaje entre la ficción y la realidad, por medio de un discurso que encapsula la experiencia literaria y la vital, la actitud del artista adolescente y su crudo presente que lo obliga a madurar. El autor se vale de un narrador protagonista que no le huye a la exposición, pero hablamos de una exposición contraria a las virtudes personales, puesto que por medio de su visión alucinada y gris de su vida, puede hallar la redención personal ante un mundo que simplemente no lo quiere. En este sendero a la autosalvación el narrador protagonista no duda en brindarnos circunstancias nada amigables sobre su familia, menos aún de las personas que lo rodean y que quieren ayudarlo, ni mucho menos sobre las mujeres que ama. En esta galería de miserias emocionales, partiendo por quien las enuncia, encontramos un punto de quiebre con la ficción “yoísta” que también percibimos en algunos títulos de la ficción narrativa peruana de los últimos años, diferenciándose de esta gracias a una voz que se nutre de una oscura tradición poética, que solventa también la actitud del narrador hacia su entorno inmediato y por la que forja más de una declaración de principios que lo salvan de sí mismo, del hastío y, en especial, del suicidio.
Más allá de algunas reincidencias temáticas, peligros que, por lo general, nos presentan las novelas episódicas, Mazeyra nos entrega un libro por demás violento en su oscuridad emocional y que debemos celebrar como una saludable luz literaria en la narrativa peruana última.


Gabriel Ruiz Ortega
Publicado en El Virrey de Lima

jueves, 15 de septiembre de 2016

Sus textos generan intranquilidad, abochornan, ruborizan, alteran

Era el primer domingo en el nuevo local de La República. Un domingo que me tocaba trabajar después de mucho tiempo. La sala de redacción se veía distinta. Las ubicaciones de las mesas generaban cierta nostalgia. Todo era nuevo. 
En la sede Cerro Colorado hay muchos recuerdos y ahí se deben quedar. En medio del silencio y el olor a pintura nueva, divisé el sitio de mi jefe. Quería calcular cuánta distancia había entre su mesa y la mía, pues ese sería el espacio de mi libertad. Antes de echar mi cálculo vi un libro en su escritorio. No suelo coger sus cosas, pero me llamó la atención.
Bitácora del último de los veleros de Orlando Mazeyra. Lo hojeé. Sin querer leí tres relatos. En ese momento recordé que mi jefe me habló de lo bueno que estaba su libro. Es cierto, sus textos generan intranquilidad, abochornan, ruborizan, alteran
Creo que no necesito pasar por esas situaciones extremas para saber lo que se siente. Basta leer a Mazeyra para conocer cómo son esos momentos tormentosos, que yo jamás podré vivir.


Zenaida Condori Contreras
Periodista del diario La República
15 de setiembre de 2016

martes, 23 de agosto de 2016

Una botella al mar

Escribe Juan Yufra (*)

El uso de una “bitácora” comúnmente nos lleva a creer en un “sistema de anotaciones” (libro) o de un instrumento que ayuda a guiarse mejor dentro del entorno marino (realidad). El título del último libro de Mazeyra precisamente emplea este ardid, como si se tratara de un “cuaderno de apuntes”, pero lleva la peculiaridad de asumir un rol oscilante entre los espacios que se representan y las entidades que circulan a lo largo de sus ficciones.
Estos dos aspectos estructuran una manera de expresión de las historias. Dos puntos de referencia: espacio y entidad, al cual debe añadir la enunciación que implica un balance entre otros temas curiosos ya dentro del contenido mismo de sus narraciones.
El inconformismo, la frustración, las crisis emocionales se derivan de un estadio de inestabilidad que en la sociedad contemporánea se registra; es decir, la perturbación y la ausencia de un conjunto de seres que refrenden la satisfacción y la felicidad nos hacen creer que la vida al final de cuentas no es lo que se dice o lo que en ella se hace. Lo bizarro es el día a día, la soledad y el desencuentro con los demás es la naturaleza personal de muchos personajes que desfilan a lo largo del texto.
La obra reúne 36 relatos definidos, a excepción de “Zico” y “El alias de mi padre” que contienen “anotaciones” o complementos que funcionan como intersecciones o adendas, pues se incrustan en la historia que se traza en el relato principal, lo cual suma 39; además encontramos un epílogo escrito por un sujeto alterno (Daniel Rojas Pachas) que funciona como enclave crítico, bajo una atmósfera testimonial que a su vez reflexiona sobre las ideas expuestas en el libro Bitácora del último de los veleros.
Llamamos “relatos” en la medida que apertura una visión más amplia del sentido que adquiere la palabra “cuento” para lectores formados con ideas del siglo pasado, pues los niveles técnicos que refrenda el autor nos permite afirmar que éste se orienta por elegir una posición transgenérica en donde el testimonio, la crónica, la memoria, inclusive el empleo de una voz que se sujeta a la primera persona, dan forma a una estrategia clásica pero que recientemente ha ingresado nuevamente en función a los que se denomina “textos no ficcionales”.
El minimalismo exacerbado y la configuración de un Yo singular (iba a escribir universal) van paralelamente al sistema narrativo que se expresa. Los personajes son patéticos, empecinados en la derrota, distraídos en la miseria; sin embargo, en un país de miserables y de sujetos que nacen y mueren en la más absoluta injusticia, el texto ya como objeto o producto cultural, nos hace creer que está destinado a una comunidad letrada oficial y que busca irradiar este desamparo, este lenguaje de tristeza y de que no se puede ser feliz mientras existan estos contrastes y estos virus sociales como el racismo, la hipocresía y el éxito que se traza desde la publicidad.
El relato “¿Te gusta Vallejo?” justamente implica lo que se ha señalado en el párrafo anterior, dos mujeres, dos realidades, dos formas diferentes de ver la vida y el Perú, si queremos ser grandilocuentes. Pero este es un rasgo mediatizado, la inserción de un matiz ideológico en los personajes que elucubra este escritor arequipeño.

El posicionamiento de su escritura, como recurso latente, es otro rasgo a tener en cuenta; es decir, nos vamos a encontrar con un recorrido -“in crescendo”- de menos a más, de un solitario yo, en minúscula, a un Yo que se multiplica en los Otros; de una sociedad que se eclipsa en la familia hacia una visión más general de las cosas y del mundo. Este viaje, a través de sus ficciones, explica la metáfora de una “bitácora”. 


(*) Crítica publicada en el Suplemento Dominical del diario El Pueblo de Arequipa, el domingo 21 de agosto de 2016.

Bitácora del último de los Mazeyra

Cuando honrar al padre y a la madre de uno significa servirles la verdad, aunque esté repleta de los peores venenos y puedan provocar su muerte, es cuando hemos comprendido que una vida sin verdad es una vida sin honor y que no merece ser vivida.

Cuando somos conscientes de que esa verdad venenosa somos nosotros mismos: nuestros recuerdos, nuestros amores, nuestros trabajos; entonces nos hacemos conscientes también de nuestra condición dizque humana, del peso y paso de nuestra alma (si eso existe) por estos inframundos que son la familia, la propiedad y el amor (reminiscencia tropical).

Este libro también pudo llamarse Bitácora del último de los Mazeyra, pues tras él no habrá más estirpe, el autor se encarga de romper su propio linaje y hereda al futuro una estructura donde prevalece la esperanza de que el infierno de hoy sea finito y sea el suyo, sólo el suyo.

Orlando Mazeyra no le desea mal a nadie, por eso quiere destruir la mentira, la hipocresía y la adicción; pero no las enormes y eternas, no las generales, no las del mundo, solo la suya, la familiar, la Mazeyra.
El autor escupe en la cara como las llamas y el gargajo resbala sin remordimiento alguno por el racismo, el fanatismo religioso, la homofobia y algunas otras tradiciones arequipeñas.
No es casualidad que la mayoría de comentaristas de esta obra narrativa seamos poetas.


Javier Rivera Martínez

viernes, 19 de agosto de 2016

La pieza oscura de Orlando Mazeyra Guillén

Orlando Mazeyra Guillén luego de entrevistar a Oswaldo Reynoso en la residencial San Felipe, Jesús María. Lima (2012).

La pieza oscura del poeta Enrique Lihn encierra unos hermosos versos que hablan del desamor y la asfixia familiar, niños salvajes escapando de la mirada vigilante de los adultos, la culpa tras el descubrimiento del cuerpo y el verse perdidos en el contrasentido del reloj que arrebata la inocencia.

«como en aguas mansas, serenamente veloces; en ellas nos dispersamos para siempre, al igual que los restos de un mismo naufragio.
Pero una parte de mí no ha girado al compás de la rueda, a favor de la corriente.
Nada es bastante real para un fantasma.»

Invoco estas imágenes poéticas a propósito de la narrativa de Orlando Mazeyra Guillén y su nuevo libro Bitácora del último de los veleros, no sólo por la evidente relación del título con la idea del mar y del tiempo, sino por el sentimiento que atraviesa los distintos relatos que componen la obra. Las historias de Mazeyra también transcurren en una pieza oscura y se valen muchas veces de lo biográfico como cuando el autor satiriza el lanzamiento de su último libro en la Feria Internacional del Libro de Lima y cruza esta desventura literaria y asimismo el oficio de escribir cuentos, reseñas de cine o crónica deportiva —la escritura como salvavidas ante lo íntimo— confrontando la intrahistoria para retratar la decadencia de la familia y la desintegración del yo, sea por la indolencia de madres que se refugian en la negación del fracaso matrimonial y las fórmulas mágicas para no envejecer o padres que transitan entre la violencia de un dictador y el abandono a causa de la botella o los negocios, trabajos patéticos que no se pueden retener en un país sumido en el absurdo de su autodestrucción y, por encima de todo esto, musas muertas, sea cual sea su nombre,  ella que fantasmática fluye como esa pasión que tan bien explica el agente Sandoval en esa escena del bar hablando sobre Racing Club y el alcohol en el film de Juan José Campanella.

No es antojadizo por tanto el usar la poesía para hablar de un libro de prosa como el de Mazeyra, uno que en primera instancia está dedicado al más poético de todos los narradores del Perú y que participa de un relato como uno de los protagonistas. Oswaldo querido intercambiando cartas sobre la situación del escritor y los críticos, recordando lo que Martín Adán advirtiera: «Cuánto va a sufrir un escritor como usted en este país».

Un escritor cual Mazeyra, talentoso y capaz de crear momentos altamente poéticos como ese de un hombre aferrado al dolor de su perro, una alegoría hermosa que reafirma en la fuerza de ese lazo tan primal, la derrota de todos los demás afectos. Un autor que además tiene una escritura que no sacrifica el ritmo y musicalidad para preservar lo verosímil de lo coloquial, del día a día, sino que logra conjugarlo con hondura y precisión tallando líneas que el lector podrá seguir en la exploración de lo insondable.


Daniel Rojas Pachas

México, julio de 2016

sábado, 13 de agosto de 2016

18 de agosto

Anoche salió de imprenta mi libro Bitácora del último de los veleros. Estoy muy agradecido con Ruhuan Huarca, Augusto Carrasco, José Miguel Herbozo, Daniel Rojas Pachas y con toda la gente que me ha apoyado durante estos años.
El jueves 18 de agosto, a las 7 de la noche, todos están invitados a la presentación en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa.


Acercamiento a las complicaciones de la vida urbana moderna: Bitácora del último de los veleros es una colección aleatoria de episodios sobre el final de la juventud y todo lo que ello conlleva. El lector se encuentra con una novela sobre el impacto casual de la experiencia que parece afín a la transparencia de la autoficción sin hacer eco de sus vicios ególatras. La sencillez que organiza esta crónica de la vida privada en el Perú de nuestros días se aproxima a los problemas de la vida del artista sin idealizarla, dando cuenta de un entorno que, aunque no favorece la vocación, alimenta con adversidad la forja de una sensibilidad madura. De este modo, el aparente sacrificio de las formas responde al sentido del libro: ofrecer la depuración como estrategia de la mirada y signo de la vida adulta” (José Miguel Herbozo).