martes, 23 de agosto de 2016

Una botella al mar

Escribe Juan Yufra (*)

El uso de una “bitácora” comúnmente nos lleva a creer en un “sistema de anotaciones” (libro) o de un instrumento que ayuda a guiarse mejor dentro del entorno marino (realidad). El título del último libro de Mazeyra precisamente emplea este ardid, como si se tratara de un “cuaderno de apuntes”, pero lleva la peculiaridad de asumir un rol oscilante entre los espacios que se representan y las entidades que circulan a lo largo de sus ficciones.
Estos dos aspectos estructuran una manera de expresión de las historias. Dos puntos de referencia: espacio y entidad, al cual debe añadir la enunciación que implica un balance entre otros temas curiosos ya dentro del contenido mismo de sus narraciones.
El inconformismo, la frustración, las crisis emocionales se derivan de un estadio de inestabilidad que en la sociedad contemporánea se registra; es decir, la perturbación y la ausencia de un conjunto de seres que refrenden la satisfacción y la felicidad nos hacen creer que la vida al final de cuentas no es lo que se dice o lo que en ella se hace. Lo bizarro es el día a día, la soledad y el desencuentro con los demás es la naturaleza personal de muchos personajes que desfilan a lo largo del texto.
La obra reúne 36 relatos definidos, a excepción de “Zico” y “El alias de mi padre” que contienen “anotaciones” o complementos que funcionan como intersecciones o adendas, pues se incrustan en la historia que se traza en el relato principal, lo cual suma 39; además encontramos un epílogo escrito por un sujeto alterno (Daniel Rojas Pachas) que funciona como enclave crítico, bajo una atmósfera testimonial que a su vez reflexiona sobre las ideas expuestas en el libro Bitácora del último de los veleros.
Llamamos “relatos” en la medida que apertura una visión más amplia del sentido que adquiere la palabra “cuento” para lectores formados con ideas del siglo pasado, pues los niveles técnicos que refrenda el autor nos permite afirmar que éste se orienta por elegir una posición transgenérica en donde el testimonio, la crónica, la memoria, inclusive el empleo de una voz que se sujeta a la primera persona, dan forma a una estrategia clásica pero que recientemente ha ingresado nuevamente en función a los que se denomina “textos no ficcionales”.
El minimalismo exacerbado y la configuración de un Yo singular (iba a escribir universal) van paralelamente al sistema narrativo que se expresa. Los personajes son patéticos, empecinados en la derrota, distraídos en la miseria; sin embargo, en un país de miserables y de sujetos que nacen y mueren en la más absoluta injusticia, el texto ya como objeto o producto cultural, nos hace creer que está destinado a una comunidad letrada oficial y que busca irradiar este desamparo, este lenguaje de tristeza y de que no se puede ser feliz mientras existan estos contrastes y estos virus sociales como el racismo, la hipocresía y el éxito que se traza desde la publicidad.
El relato “¿Te gusta Vallejo?” justamente implica lo que se ha señalado en el párrafo anterior, dos mujeres, dos realidades, dos formas diferentes de ver la vida y el Perú, si queremos ser grandilocuentes. Pero este es un rasgo mediatizado, la inserción de un matiz ideológico en los personajes que elucubra este escritor arequipeño.

El posicionamiento de su escritura, como recurso latente, es otro rasgo a tener en cuenta; es decir, nos vamos a encontrar con un recorrido -“in crescendo”- de menos a más, de un solitario yo, en minúscula, a un Yo que se multiplica en los Otros; de una sociedad que se eclipsa en la familia hacia una visión más general de las cosas y del mundo. Este viaje, a través de sus ficciones, explica la metáfora de una “bitácora”. 


(*) Crítica publicada en el Suplemento Dominical del diario El Pueblo de Arequipa, el domingo 21 de agosto de 2016.

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